Fuente: Economista, Opinión, Federico Rubli Kaiser
Se cumplen ya casi tres años y medio en que el Covid-19 irrumpió en nuestra cotidianeidad. Ha quedado sellado en nuestra memoria el cambio de hábitos, los cuidados y precauciones, las pruebas de detección, las angustias por conseguir las primeras vacunas, las muertes de personas de nuestro círculo y que en general ahora somos más sensibles y conscientes de los riesgos de la salud. Pero también no olvidaremos la irresponsabilidad y demagogia con la que las autoridades sanitarias manejaron la pandemia, emitieron mensajes confusos, desdeñaron el uso del cubrebocas, se tardaron en conseguir vacunas y arrancar una campaña de vacunación masiva, la ausencia de medicamentos, las dificultades para conseguir tanques de oxígeno, camas de hospital y la manipulación de cifras sobre contagios y fallecimientos. Al mayor responsable Hugo López-Gatell lo protege el gobierno para que no rinda cuentas y sea condenado por su proceder criminal. Gradualmente se ha retomado en el mundo la normalidad -dentro de lo que cabe- con un cierto control. Pero ello no significa que la pandemia desapareció; significa que ya no hay emergencia pandémica.