Fuente: Reforma, Opinión, Francisco Moreno Sánchez
Hace dos semanas, el 9 de agosto, me levanté y al mirar mi celular noté que el número de mensajes en la noche se había triplicado. Dos temas se repetían, uno con preguntas sobre “la nueva variante”, que iban desde la angustia de si volveremos a los cubrebocas, si cancelo mi evento de la semana, cuándo acabará esto y dime que no es grave. El otro grupo de mensajes era de pacientes que tenían una prueba positiva para el virus. A diferencia de semanas anteriores, 7 casos nuevos para empezar el día superaban lo habitual. La subvariante EG.5.1, conocida como Eris, no es nueva, se describió por primera vez en febrero del 2023, por lo que debe de llevar más de 6 meses circulando entre nosotros. Cuando empezó la pandemia por Covid, todos éramos susceptibles a enfermarnos, era un nuevo virus para el ser humano y por lo tanto nadie tenía en su archivo de defensas la información de este agente. El virus empezó a multiplicarse (el término correcto es replicarse). Cientos de miles de seres humanos cayeron enfermos, lo que permitió que el SARS-CoV-2 pudiera generar miles de millones de copias de sí mismo, dando pie a mutaciones; algunas de ellas le dieron mejores capacidades al virus.